Una presidencia sin precedentes como la de Sergio Mattarella y el primer mandato de una mujer, y además joven, como Giorgia Meloni, demuestran que, a pesar de la diversidad, la cooperación y el respeto de los papeles y las formas entre los más altos cargos del Estado producen importantes resultados para el país
por Guido Talarico
La mirada provinciana de cierta prensa nacional ha pasado por alto el significado político más profundo de este G7 en curso en Apulia. Sin embargo, en los círculos económicos y financieros internacionales y en algunas cancillerías, al referirse a Italia hablan de una “cumbre Tier 1”, tomando prestada la definición de capital de máxima calidad de la jerga bancaria.
La razón de esta opinión tan favorable de un país considerado durante mucho tiempo inestable y a menudo poco fiable, tiene motivos bastante irrefutables. El primer elemento es el Quirinal. Sergio Mattarella ha dirigido este país con sabiduría y equilibrio desde 2015. Nueve años caracterizados por muchas crisis y por la habitual alternancia de gobiernos que el presidente de nuestra República siempre ha afrontado y superado con la eficacia del jurista, que encuentra en la Constitución una guía infalible, y del católico, que siempre prefiere opciones fuertemente éticas.
No es casualidad que en su discurso previo a la cena de gala, el presidente Mattarella, hablando del papel del G7, explicara que el grupo “es un conjunto de países unidos no sólo por un alto nivel de desarrollo y de renta, sino también y sobre todo por valores. Valores que han promovido significativamente la dignidad de las personas y de los pueblos, basándose en las Cartas y Declaraciones de la ONU. Valores, objetivos, normas, que deben preservarse y desarrollarse en la nueva condición de la vida internacional. De este modo, la cumbre ha dejado de ser un foro de coordinación económica para convertirse en una plataforma de debate relevante sobre los grandes temas de la actualidad”.
Giorgia Meloni, por su parte, encaja perfectamente en este surco. Tiene una historia personal y política muy diferente a la de Mattarella, pero ella también tiene sentido de las instituciones y un gran pragmatismo administrativo. Sin negar nunca sus raíces y su trayectoria, la primera mujer Primera Ministra de Italia también en este G7 demuestra, a pesar de su corta edad, que tiene muchas más cosas que muchos de sus predecesores y un raro olfato político al que añade con el tiempo una mayor atención a los aspectos formales de la política y las instituciones.
En resumen, ahora mismo la fuerza de Italia reside en el equilibrio de sus más altas instituciones, en el valor objetivo de una presidencia como la de Mattarella, que no tiene precedentes en la historia republicana, y en el estreno de un joven líder como Meloni, consagrado de nuevo en las últimas elecciones. Es por todo ello, más que por los resultados de la cumbre, que también los hubo, por lo que según algunos hoy el nuestro es un país “de primera categoría”. Un juicio que empieza a imponerse cada vez más y que también se basa, por así decirlo, en el análisis de los competidores. De hecho, observando a todos los demás líderes presentes en el G7, se puede ver que, políticamente hablando, el único país que es estable hoy en día es Italia, mientras que todos los demás líderes son “patos cojos”, una expresión del argot periodístico anglosajón que indica a aquellos políticos que, a pesar de ocupar un cargo político o un papel institucional electivo, son incapaces de desempeñar plenamente su función.
En otras palabras, Biden es débil porque no se sabe si será elegido, von der Leyen tampoco tiene aún la seguridad de ser reelegida, Macron y Schotz son débiles porque perdieron las elecciones, y así sucesivamente… En resumen, el país estable por una vez es el nuestro. Una realidad tan simple y evidente que, sin embargo, pocos han querido subrayar. Por supuesto, Italia tiene sus propios problemas, empezando por la deuda pública, pero conviene recordar que en este momento histórico nuestras instituciones republicanas, a pesar de las estúpidas trifulcas de algunos diputados, se encuentran entre las más sólidas de todo Occidente.
Por último, me gustaría añadir un último elemento, que también se pasa por alto con demasiada frecuencia, y que hace del nuestro un país más importante de lo que nosotros mismos tendemos a valorar. Me refiero al Vaticano. La presencia del Papa Francisco en Apulia recuerda al mundo que la sede del cristianismo es Roma, no Washington ni siquiera París. Invitarle a asistir fue otra feliz intuición del Palazzo Chigi que el Papa, siendo el gran comunicador que es, captó plenamente.
Hablando de valores, hace algún tiempo el presidente Mattarella dijo: “No creo que las épocas pasadas fueran mejores que la actual, ésta es una actitud de antaño de la que debemos huir. Creo, sin embargo, que el bombardeo comercializado, los modelos de vida a los que estamos sometidos hoy en día, han facilitado, incrementado si no la tendencia, el peligro de una disminución de los valores de referencia”. En este sentido, tratemos de comprender mejor quiénes somos y, por una vez, intentemos destacar los méritos y los logros de nuestras instituciones republicanas. Y tratemos de reforzar esta ventaja jugando en equipo, en interés del país. Si no partimos de aquí, del respeto de los valores políticos e institucionales en los que vivimos, la abstención electoral dejará de ser una muestra de indignación para convertirse en una orden de desalojo.
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